Meditación del Padre John
5 de Octubre de 2025
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San Pablo, en su Segunda Carta a Timoteo, menciona: «Amados, te recuerdo que avives el fuego del don de Dios que has recibido por la imposición de mis manos. Porque Dios no nos dio un espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio» (2 Timoteo 1:6-7). Las lecturas de esta semana nos animan a avivar el fuego del don de la fe que hemos recibido. Si bien San Pablo se dirige directamente a los presbíteros y a quienes dirigían la comunidad de la Iglesia primitiva, también nos habla a cada uno de nosotros. San Pablo se refiere al ministerio de los pastores y a los dones espirituales que les han sido impartidos. Durante la ordenación de diáconos, sacerdotes y obispos, la imposición de manos es el elemento esencial. Es a través de la imposición de manos que el diácono, sacerdote u obispo que se ordena recibe la autoridad apostólica transmitida por Cristo mismo. En la descripción del Orden Sagrado, el Catecismo de la Iglesia Católica afirma: «El sacramento del Orden se confiere mediante la imposición de manos, seguida de una solemne oración de consagración, en la que se pide a Dios que conceda al ordenando las gracias del Espíritu Santo necesarias para su ministerio. La ordenación imprime un carácter sacramental indeleble». (CIC 1597) En la ordenación de un obispo, la imposición de manos durante la ordenación es el acto sacramental por el cual la sucesión apostólica —la línea ininterrumpida de obispos que continúan la autoridad de los apóstoles de Cristo— se transmite a un nuevo obispo. En la ordenación de sacerdotes y diáconos, el obispo ordenante imparte la autoridad que ha recibido a los sacerdotes y diáconos recién ordenados mediante la imposición de manos. La Segunda Lectura nos proporciona una de las fuentes bíblicas de la transmisión de la autoridad apostólica de la Iglesia cuando San Pablo menciona avivar los dones recibidos mediante la imposición de manos.
Si bien no todos comparten el sacerdocio ministerial de Jesucristo como ministros ordenados, todos los cristianos, por su Bautismo, son Sacerdotes, Profetas y Reyes. Esta es una gran responsabilidad y un don que Dios nos ha confiado a cada uno. El Catecismo de la Iglesia Católica menciona: «Los bautizados se han convertido en «piedras vivas» para ser «construidos como casa espiritual, para ser un sacerdocio santo». Por el Bautismo, participan del sacerdocio de Cristo, de su misión profética y real. Son «linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para anunciar las maravillas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable». CIC 1268) ¡Qué don! Por el Bautismo nos incorporamos al Cuerpo de Cristo y recibimos las virtudes infusas de la fe, la esperanza y el amor. Estamos llamados, mediante la práctica ferviente de nuestra fe, a multiplicar los dones que recibimos en el Bautismo para la edificación de la Iglesia y la conversión de las almas. Cuando recibes un regalo en Navidad o por tu cumpleaños, debes abrirlo y aprovecharlo. Si no, se desperdiciará. Lo mismo ocurre con las gracias que Dios nos ha dado a cada uno. Nos demos cuenta o no, por nuestro Bautismo hemos sido bendecidos y hemos tenido la oportunidad de participar en la Vida Divina de Dios. No demos por sentado este don, el mayor que hemos recibido jamás, sino que, mediante la oración y la práctica de nuestra fe, trabajemos por la edificación del reino de Dios y la salvación del mundo.