Meditación del Padre Gustavo
23 de Noviembre de 2025
En 1969, el Papa Pablo VI elevó la fiesta a un nuevo título: Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo. Asimismo, le otorgó mayor relevancia al situarla en el último domingo del año litúrgico, vinculando así esta solemnidad con la doctrina del fin de los tiempos asociada a este último domingo. No sin antes mencionar que fue el Papa Pío XI, quien la instituyó en 1925 y publicó la encíclica Quas Primas, en la que presentó a Jesucristo como Señor de las naciones, cuyos pueblos compartían un abrazo en el Reino de Dios. En el periodo del Papa Pío XI ocurrió la primera guerra mundial y había una paz frágil durante la posguerra que, con el tiempo, conducirían a la Segunda Guerra Mundial.
Por eso quiso bendecir al género humano y consagrarlo a Cristo Rey y su Sagrado Corazón, para así restaurar el amor y la paz e instaurar la paz en el Reino de Dios en medio de nosotros. Las Sagradas Escrituras revelan con Isaías este poderío, “Su imperio será amplificado y la paz no tendrá fin; se sentará sobre el trono de David, y poseerá su reino para consolidarlo haciendo reinar la equidad y la justicia desde ahora y para siempre”. Lo mismo revelaron otros profetas como Jeremías, cuando predice que de la estirpe de David nacerá el vástago justo, que cual hijo de David reinará como Rey y será sabio y juzgará en la tierra. Daniel, al anunciar que el Dios del cielo fundará un reino, el cual no será jamás destruido, permanecerá eternamente; y poco después añade: Yo estaba observando durante la visión nocturna, y he aquí que venía entre las nubes del cielo un personaje que parecía el Hijo del Hombre; quien se adelantó hacia el anciano de muchos días y lo presentaron ante Él. Y diole éste la potestad, el honor y el reino: Y todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán: la potestad suya es potestad eterna, que no le será quitada, y su reino es indestructible.
Aquellas palabras de Zacarías donde predice al Rey manso que subiendo sobre una asna y su pollino, había de entrar en Jerusalén, como Justo y como Salvador, entre las aclamaciones de las turbas, ¿acaso no las vieron realizadas y comprobadas los santos evangelistas? Siguiendo con la Encíclica Quas Prima se realza en el Nuevo Testamento la doctrina sobre Cristo Rey que hemos entresacado de los libros del Antiguo Testamento, tan lejos está de faltar en los del Nuevo que, por lo contrario, se halla magnífica y luminosamente confirmada. En este punto, y pasando por alto el mensaje del arcángel, por el cual fue advertida la Virgen que daría a luz un niño a quien Dios había de dar el trono de David su padre y que reinaría eternamente en la casa de Jacob, sin que su reino tuviera jamás fin, es el mismo Cristo el que da testimonio de su realeza, pues ora en su último discurso al pueblo, al hablar del premio y de las penas reservadas a los justos y a los condenados; al responder al gobernador romano que públicamente le preguntaba si era Rey. Finalmente, después de su resurrección, al encomendar a los apóstoles el encargo de enseñar y bautizar a todas las gentes, siempre y en toda ocasión oportuna se atribuyó el título de Rey y públicamente confirmó que es Rey, y solemnemente declaró que le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Finalmente Lucas el Evangelista que hemos escuchado todo el año nos muestra una escena de la pasión de Jesús clavado en la cruz en medio de tanta gente y los ladrones que le gritan “si eres rey de los judíos sálvate a ti mismo”, este cruel momento nos interpela siempre a pedir y exigir o rechazar su amor. Es preciso encontrar un reino de verdad y vida, de santidad y gracia, de justicia y de amor y así encontrar la paz del mundo en el Rey de Reyes. Venga a nosotros tu reino.